suicide

La idea de quitarnos la vida se va desarrollando igual que un embrión dentro del útero: día a día, noche a noche, hasta que se acerca el alumbramiento: llega a un punto en el cual la hacemos totalmente consciente y nos preparamos para llevarla a cabo. Nadie decide quitarse la vida en el mejor momento de su vida. No es una decisión que se tome en una etapa de gozo, sino que comienza con una idea a partir de una situación de dolor o confusión, que se suma al aprendizaje del suicidio de algún conocido, familiar, amigo o celebridad que lo llevó a cabo. “Si fue una solución para él, puede ser una solución para mí”. Al final, el suicidio, como muchos otros signos y síntomas que presenta una sociedad, es producto de un síndrome social. ¿Cómo se gesta esta decisión?, ¿cómo llega una persona a elegir quitarse la vida?, ¿es un acto impulsivo o es un acto que se planea detalladamente? Aunque los seres humanos somos únicos e irrepetibles, llegamos a mostrar ciertos comportamientos similares ante circunstancias que nos provocan estados emocionales parecidos. En la inmensa mayoría de los casos, se ha comprobado que el suicidio no es un acto impulsivo, sino el resultado de una ideación que se va desarrollando a lo largo de un proceso de valoración y cálculo. El suicidio es, entonces, una acción planeada y conscientemente ejecutada; aunque en algunas ocasiones, por la violencia con la que se lleva a cabo, pareciera lo contrario. Lo que puede llegar ser impulsivo, es el momento de llevarlo a cabo; es decir, un evento crítico puede disparar el que se ejecute en un momento determinado, pero es seguro que la decisión ya estaba tomada con anterioridad. En promedio, alguien que se suicida lleva analizándolo por lo menos nueve meses; periodo crítico lleno de tristeza, desesperación, desesperanza y falta de sentido vital.

Para que una persona tome la decisión de suicidarse, antes tiene que haber madurado el pensamiento de muerte por meses, y hasta por años. En muchas ocasiones, lo que desata la fatal decisión, y que representa el “disparador” que detona el deseo de morir, es un evento específico: tal vez una muerte o una pérdida repentina, un despido inesperado, una separación de pareja o quizás una mala racha económica.

Tal vez ese “disparador” no sea algo que parezca muy grave ante los ojos de los demás, pero es algo que puede marcar la vida de ese ser humano de forma significativa. El suicidio nunca es una decisión repentina, sino algo que se va gestando poco a poco. El deseo de morir no se da de un día a otro, es un proceso lento pero seguro. El suicidio es algo totalmente íntimo; por lo tanto, no hay nada más personal que el disparador que te lleva a decidirlo. ¿Cómo olvidar talentos como el de Virginia Wolf en la literatura, y Van Gogh en la pintura, quienes sufrían un desorden bipolar, que fue el disparador que los llevó a la muerte?

Un intento suicida es la culminación de una decisión que se inicia con la idea de querer dejar de vivir. Al comienzo es sólo una idea, un pensamiento que surge al empezarnos a sentir “inadecuados”, “fuera de lugar” e “incómodos” con nuestra propia vida. Comienza con la idea de que el mundo estaría mejor sin nuestra presencia, con el deseo de dejar este mundo, con el deseo de morir; no buscándolo activamente, sino simplemente deseándolo. Al momento de que esta idea va avanzando, nos vamos desconectando de nuestra fuerza vital; y empezamos a generar una frecuencia y sintonía con la muerte, y a visualizarla como la solución a nuestro problema existencial. En la gran mayoría de los casos, el suicida comienza a imaginar y a fantasear con morir de una enfermedad terminal, desea tener un accidente automotriz, o simplemente piensa en no despertar a la mañana siguiente. Todo comienza con la idea de que morir es mejor que vivir. El suicidio es la hiedra que crece de la semilla de la falta de esperanza ante la vida.

Los seres humanos, al igual que todos los mamíferos aprendemos, en parte, por el proceso de imitación. De hecho, a nivel genético traemos ciertos aprendizajes que nuestros antepasados heredaron de sus antepasados, y así sucesivamente. El inconsciente colectivo nos indica que no podemos entender al individuo fuera de su contexto social. No hay ser humano cuya personalidad y comportamiento no tenga influencia de su familia, de su grupo social y de la cultura en la cual se desarrolla. Por lo mismo, el quitarnos la vida es algo que necesariamente va de la mano con nuestra historia personal, familiar y social. Con esto, no estoy implicando que una decisión tan profunda y tan íntima sea tomada únicamente con base en un patrón de imitación, pero es un hecho que siempre existe un aprendizaje anterior en nuestra vida de quien intentó quitarse la vida.

En su momento, el suicidio de Marilyn Monroe tuvo un impacto muy poderoso en la sociedad norteamericana; particularmente para las mujeres de su época que la veían como un modelo a seguir. Su muerte implicó la caída de un ícono y la desmitificación de la “mujer perfecta”. Monroe representaba el éxito en toda la acepción de la palabra; y a pesar de ello, había decidido quitarse la vida. Era una mujer bonita, joven, famosa, valiente, moderna, reconocida y con dinero; y por eso su muerte cuestionó a muchos: si ella, que lo tenía “todo”, había decidido ‘bajarse del barco’, ¿por qué no hacerlo aquellas personas que no tenían ‘nada’, y para las cuales vivir era una lucha eterna? El máximo símbolo de la liberación femenina de la época, y el modelo de mujer independiente y revolucionaria del momento, había fracasado. ¿Te imaginas lo que sucedió? Se presentó una reacción en cadena que implicó el aumento en los índices de suicidio de la época. Marilyn había sido un modelo de vida para muchos; pero al final, terminó siendo un modelo de muerte.

Existen varios factores que han provocado que aumente la tasa de intentos suicidas en el mundo; y uno de ellos, sin duda, es la desintegración social. Es primordial que hoy reconozcamos que vivimos en una sociedad cada vez más neurótica, egoísta e incongruente; una sociedad en la que, para lograr cierta “adaptación” y “éxito” se ha ido renunciado a ciertas necesidades básicas, valores y principios profundos. Una sociedad poco creativa y poco constructiva donde todo se hace por imitación; donde se exige cada vez más de los seres humanos y donde estamos enseñando a nuestros niños y a nuestros adolescentes, que vivir no es placentero, que no es valioso y que solo implica una serie interminable de batallas en las cuales, el éxito rara vez se alcanza.

Cuando la idea de morir se instala, el deseo de culminar este acto se fortalece y comenzamos a actuar de manera menos cuidadosa, menos responsable. Aquí comienza lo que se conoce como “comportamiento suicida”, que no implica todavía hacer algo consciente, intencionado y específico para quitarnos la vida. Es decir que, aunque deseemos dejar de vivir, todavía no tomamos ninguna acción concreta para conseguirlo; sino que comenzamos a comportarnos de manera “diferente”, exponiéndonos irresponsablemente a ciertos peligros que antes hubiéramos evitado. Empezamos a actuar de manera temeraria, y hasta cierto punto desafiante, como si retáramos a la muerte. Es muy común, por ejemplo: conducir a exceso de velocidad, exponernos a situaciones irracionales, hacer uso y abuso del alcohol y otras drogas, tener sexo sin protección, realizar ejercicios de alto riesgo, o empezar a frecuentar personas o amistades que están en algún tipo de dinámica autodestructiva. En este sentido, podemos nombrar las muertes de Jim Morrison y Janice Joplin, como ejemplos de quienes perdieron la vida por abuso de drogas; por un manejo irresponsable de su vida, y no por haber buscado conscientemente el suicidio. Cuando no hay intención de un suicidio, pero ese es el resultado, estamos hablando de una muerte por accidente imprudencial.

Para que el suicidio se entienda como tal, es necesario que exista una acción específica, voluntaria y consciente de una persona para quitarse la vida. Un acto imprudente o un deporte extremo nos pueden llevar a la muerte, pero como no es algo que hagamos explícitamente para morir, no se considera suicidio. Cuando existe la duda sobre el posible suicidio ante la muerte de alguien; en la gran mayoría de los casos, se descubre que se trató de un comportamiento suicida con resultados fatales, pero de ninguna manera se trató de un suicidio; ya que se sabe que el suicidio consumado, generalmente, se identifica por la claridad de la planeación con la que se llevó a cabo.

En toda la historia de la Humanidad no ha existido, ni existe, ni existirá jamás alguien exactamente igual a ti. Entonces, no necesariamente lo que ha funcionado para otros funcionará para ti; y ya que eres único, irrepetible y especial, ¿no crees que vale la pena ir más profundo y encontrar a detalle la solución para tu caso, y no únicamente repetir una fórmula que aprendiste de alguien más?

La idea de matarte no es ni propia, ni original. Estoy convencido de que para el final de tu historia en particular, te mereces algo más que la copia de un modelo. Tú eres el dueño de tu propia vida, y creo que vale la pena tomar una decisión con base en el cambio de vida que necesitas. Cualquier copia, por buena que sea, será sólo eso, una copia más… Eso es el suicidio, un acto que se aprende y se imita de alguien más.

Todos nos merecemos una segunda oportunidad. Una oportunidad de vida y no de muerte.