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Ser tóxico es lo opuesto a ser nutritivo. Lejos de lo que muchos creen, el cometer errores es sano y hasta deseable en la paternidad. Lo que vuelve tóxico a un padre es el patrón de daño y abuso consciente hacia su hijo en cuatro áreas vitales:

  • Abuso físico.
  • Abuso verbal.
  • Abuso emocional.
  • Abuso sexual.

No importa cuán tóxico sea un padre, su hijo necesitará defenderlo. A pesar de que a cierto nivel el niño entienda que su padre se está equivocando profundamente, lo justificará o actuará “como si no hubiera pasado nada”.

Así, los hijos de padres tóxicos crecen con estas dos doctrinas totalmente aprendidas:

  1. “No valgo, no soy lo suficientemente bueno”
  2. “Soy débil, fracasaré y nunca lograré que mis padres estén orgullosos de mí”.

Estas creencias son tan poderosas que se mantienen en el interior aun cuando la edad adulta haya llegado. Están tan internalizadas que difícilmente el hijo de padres tóxicos podrá vivir con plenitud, su edad adulta, su madurez, sin restricciones y sin trabas emocionales.

He conocido varios padres y madres que solicitan “terapia para sus hijos” sin reconocer que son ellos quienes la necesitan. Hoy en día raramente acepto a un adolescente en terapia ya que tristemente, cuando son parte de un sistema familiar disfuncional, los padres esperan que el proceso terapéutico oriente la voluntad, la individualidad y el desarrollo de la personalidad de su hijo hacia lo que los padres han planeado para él. No esperan que él sea capaz de tomar sus propias decisiones o que tenga la capacidad de estar en desacuerdo con la voluntad de sus padres.

He conocido a muchos padres que siguen siendo “adolescentes” creyendo que pueden educar a otros adolescentes. Actúan de manera egoísta, manipuladora y generalmente ven por sus propios intereses y no por los intereses de sus hijos. Así, muchos de estos padres responsabilizan a sus hijos de su propia infelicidad y esta carga llega a ser insoportable para un hijo.

Un padre tóxico no acepta la individualidad y el libre albedrío de su hijo, aunque haya alcanzado la edad adulta, sino que busca manipularlo y “castrarlo” emocionalmente para que cumpla con el proyecto de vida que había generado para él.

No es justo que un hijo cargue con la inmadurez, con la irresponsabilidad y el egoísmo de un padre; pero el que sea injusto no lo hace imposible y esto es lo que sucede en las familias tóxicas. Los hijos cargan con el legado de culpa, miedo y dolor que les han inculcado sus padres. Cargan con las creencias que no “pueden” ni “merecen” ser felices y que el sometimiento es parte inevitable de la vida.

Lo que es importante aclarar es que ningún hijo puede ser responsable de la infelicidad de un padre, no tiene por qué asumir como propios los errores de los demás y no tiene que seguir justificando el que sus padres le hayan hecho la vida miserable.

Todos los padres llegan a ser deficientes de vez en cuando. No existe el padre perfecto ya que ningún ser humano puede acertar en todo lo que hace y todo lo que decide. Es totalmente normal que un padre le grite a su hijo de vez en cuando, es humano y es prácticamente inevitable, pero lo que vuelve realmente tóxico a un padre es su incapacidad para entender que, en la relación con su hijo, la madurez, los límites en la agresión y el control de la ira siempre deben de recaer en el adulto y no en el niño, es decir, en el padre.

Todos los padres en algún momento, se comportan de manera controladora, y la mayoría de los padres alguna vez han golpeado a sus hijos. ¿Estos errores los convierten en padres crueles o incapacitados para educar a sus hijos? Definitivamente no. Sólo los convierte en humanos que cometen errores. Los hijos perdonan errores, lo que no perdonan son las mentiras, el abuso, la traición y la “castración emocional” que no les permite alcanzar sus sueños.

Los padres son humanos y tienen al igual que todos, muchos problemas qué resolver. La gran mayoría de los hijos podemos lidiar con momentos ocasionales de violencia y enojo, ya que hay muchas experiencias amorosas y de contención emocional que las compensan. Sin embargo, existen padres cuyos patrones negativos de conducta son consistentes y dominan la vida de sus hijos. Estos son los padres que generan heridas profundas con cicatrices que acompañarán a sus hijos durante toda la vida. Un padre que genera miedo, culpa, dolor y desconfianza, va envenenando la vida de su hijo. Es por eso que se convierte en alguien “tóxico”, en alguien destructivo, que aleja a su hijo de la capacidad de ser feliz. Un padre tóxico inflige trauma, abuso, vergüenza y minusvalía sobre sus hijos, aunque ellos ya sean adultos.

Desgraciadamente, los patrones se repiten y así como nosotros aprendimos a relacionarnos con los demás a través de nuestros padres, ellos aprendieron lo mismo de los suyos. Es por eso que gran parte de la toxicidad en las relaciones humanas son “heredadas” de generación en generación. Es común que se hable de que ciertas familias están “malditas” y que frecuentemente haya en ellas altos niveles de divorcios, infidelidades, traiciones, peleas por dinero, rompimiento entre hermanos o enfermedades severas. Esto no es más que una repetición de patrones que se va enseñando de padres a hijos, de una a otra generación.

Básicamente un padre tóxico tiende por acabar con la estabilidad emocional y con la posibilidad de ser feliz de un hijo: “Ya que no valgo nada y soy débil, merezco sufrir”. Esto es lo que puede generar o fomentar el pensamiento de minusvalía y destrucción a un hijo. Muchos de los pacientes suicidas crecieron en una familia donde había un padre tóxico.

Estos pensamientos llegan a ser tan poderosos que los hijos de padres tóxicos se sienten culpables del abuso de sus padres, en ocasiones conscientemente, en ocasiones no. Cuando estos niños se convierten en adultos, siguen sintiéndose culpables e inadecuados para la vida, haciendo prácticamente imposible el que se construyan una imagen positiva de sí mismos. Esto resulta una falta de confianza total en todas las áreas de su vida.

Romper estos patrones de pensamiento y comportamiento no es fácil. Requiere de compasión por la propia historia (empatía con nosotros mismos) y aprender a reconocer que tenemos el derecho de vivir nuestra propia vida como la elijamos, con todos los beneficios y responsabilidades.

Un padre tóxico envenena esta capacidad y requiere de tiempo el dejar ir este veneno para acercarnos hacia la libertad y la felicidad.

Probablemente, si tu familia de origen es disfuncional puedes reconocer la toxicidad en alguno de tus padres, o tal vez en ambos, ya que “los conejos permanecen juntos” y tal vez hayas aprendido a castigarte, a callar lo que sientes, a sentir que no vales la pena, que no mereces nada bueno en tu vida.

Tal vez aprendiste que merecías algo “tan malo” que sólo se equipararía con la muerte. Tal vez sientas que fallaste a las expectativas de tus padres de tal manera, que mereces dejar de existir.

Aunque no aprendiste a ser valorado, amado y respetado, tienes el derecho a vivir y a luchar por tu bienestar. Aunque hayas aprendido lo contrario, necesitas asumir, creer y aceptar que “eres sumamente valioso y puedes aprender a ser feliz”. Sí, somos muchos que hemos podido sanar las heridas de haber tenido padres tóxicos, tú también lo puedes lograr.

No eres culpable por lo que viviste en la infancia, pero puedes hacer algo para cambiar tu adultez. Eres responsable de esta decisión.

La realidad es que nuestros padres siembran en nosotros semillas emocionales, que van germinando conforme vamos creciendo. En algunas familias estas semillas son de respeto, amor, independencia, libertad, autoestima. Pero en muchos otros, estas semillas son de miedo, culpa, sumisión y represión.

Si tú creciste en el segundo grupo familiar, eres hijo de padres tóxicos. Conforme has llegado a la edad adulta, estas semillas se han ido transformando en hiedras invisibles que invaden tu esencia y tu capacidad de expresar amor y valía. Estas enredaderas lastiman tus relaciones, tu vida profesional, tu familia, debido a que han lastimado totalmente tu confianza y tu autoestima.

Para eso vale la pena mirar hacia atrás, mirar hacia tu pasado, para sanarlo y poder aprender a relacionarte sin el legado tóxico que aprendiste desde niño.

No, no eres culpable de tu pasado, pero eres totalmente responsable de transformar tu vida y recuperar tu derecho a ser feliz.