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Los antiguos griegos tenían un problema: Desde el Olimpo, los dioses habían mirado hacia abajo su mundo etéreo para fijarse en lo que hacían los humanos; y entonces, habían decidido regular al mundo. Estos dioses tan especiales tenían emociones, pasiones y defectos humanos, pero también tenían poderes sobrehumanos, a partir de ahí, empezaron a hacer y deshacer a placer para controlar la vida terrenal. ¡Qué terrible fue para los griegos darse cuenta que sus vidas dependían del estado de ánimo de los dioses! Si los dioses no estaban satisfechos con algo de lo que sucedía allá abajo, tenían el poder de castigar. No tenían que ser justos, no tenían que ser compasivos, no tenían que tener la razón; de hecho, podían ser totalmente irracionales, injustos y vengativos y aún así, tenían el poder de tomar represalias a su antojo. Los griegos estaban entonces, a merced de los berrinches y los estados de ánimo de sus dioses; y lo impredecible de las acciones caprichosas de estos generaba miedo, ansiedad y confusión entre los mortales. Por eso su necesidad de buscar agradarles y brindarles ofrendas, para evitar que su cólera los azotara impunemente.

Narro en este artículo la situación injusta y preocupante que vivían los griegos, de acuerdo a su mitología, para hacer una analogía con lo que frecuentemente sucede en muchas familias del mundo de hoy. Y es que este mismo tipo de relación se llega a establecer cuando existe un padre tóxico en un sistema familiar. Con este término me refiero a un padre impredecible, irracional e inmaduro; que se asemeja a “un dios griego”, ante los ojos de un hijo. Él puede decidir lo que sea, y puede destruir lo que sea, sin que el hijo pueda protegerse a sí mismo. Al igual que los dioses, un padre tóxico toma decisiones con base a pasiones y berrinches, que pueden tener secuelas irreversibles en la vida de sus hijos.

Siempre he creído que sólo aquellos que tienen verdadera vocación de padres deberían poder reproducirse. Los demás deberíamos nacer infértiles o “vasectomizados”, ya que es increíble cómo, un padre tóxico, puede marcar negativamente la vida de un ser humano. La salud de una familia radica en gran medida en la salud de quienes la fundaron, de quienes decidieron formarla.

¿Qué sucede cuando un padre es inconsistente en sus afectos? ¿Qué pasa cuándo es impredecible e irracional? ¿Qué ocurre cuándo se comporta de manera infantil e impulsiva? ¿Qué se genera cuándo el blanco de su agresión es su hijo? ¿Qué ocasiona el que de dobles mensajes en su comunicación? ¿Qué pasa cuando es violento e injusto? El niño se siente confundido, temeroso, inseguro y culpable. Un padre impredecible, irracional e inmaduro genera el mismo pánico que generaba en los antiguos la idea de que el dios de la lluvia mandaría una tormenta para descargar su ira. Esto es ser un padre tóxico.

Una familia funciona como un sistema abierto, en donde existe una interacción constante entre cada uno de sus miembros y como es un sistema completo, el comportamiento de los miembros tiene influencia y estímulo en la vida de todos los demás. Así, un cambio en el comportamiento de uno de ellos, produce cambios en la dinámica de todo el sistema familiar.

No existe la familia perfecta, ya que ésta estaría libre de conflictos y eso no es posible, sin embargo, en términos de salud mental, existen familias funcionales y familias disfuncionales. Evidentemente ambas tienen problemas, conflictos y dinámicas tóxicas, sin embargo, lo que realmente hace la diferencia entre ellas es la conciencia de enfermedad, el compromiso y la voluntad para modificar lo que no está siendo nutritivo para el sistema y la búsqueda del bien común. Gran parte de la estabilidad y la adecuada autoestima de un ser humano tiene su base en la familia donde creció.

Por eso es tan importante que para regenerar y fortalecer el auto concepto de un ser humano, se tome en cuenta cómo fueron sus primeras relaciones, sus primeras dinámicas emocionales y la creación de las creencias sobre sí mismo, es decir; es importante comprender a fondo a quienes lo educaron: sus padres.

Una familia funcional, genera una adecuada autoestima y seguridad entre sus miembros. Una familia disfuncional comienza cuando el comportamiento inadecuado o inmaduro de uno de los padres inhibe el crecimiento de la individualidad y la capacidad de relacionarse sanamente entre los miembros de la familia. Así, en una familia funcional, se promueve la sanidad espiritual y emocional de sus miembros. En una disfuncional, se promueve la culpa, el miedo, la irracionalidad y el desamparo de sus componentes.

En toda familia hay reglas, los miembros las crean, son necesarias para una sana convivencia y en general las crean los padres.

En una familia funcional, (lo que se considera una familia sana), las reglas son congruentes, racionales y se adaptan a las necesidades reales de la familia. Ya que la familia es un sistema vivo, las reglas dentro de la familia van modificándose y adaptándose a los cambios que los miembros van experimentando. En una familia sana, existe la expresión abierta de las necesidades básicas y de los afectos de los miembros. En una familia funcional, las diferencias individuales en las percepciones como en las necesidades de cada uno de los miembros pueden ser aceptadas. Los conflictos son vividos únicamente como diferencia de opiniones entre los miembros y no amenazan la estabilidad familiar. Los conflictos, así como los acuerdos, se expresan abiertamente y con muestras emocionales.

En general, es el manejo del conflicto lo que determina la salud o la enfermedad de un sistema familiar. Aceptarlo como parte inherente de la vida y permitir que se dé en la familia de manera natural es parte de la vida saludable de un sistema.

En una familia funcional y por lo tanto sana, los mensajes verbales y no verbales son congruentes. Existen límites claros en los roles y manifestaciones emocionales dentro de los miembros, se promueve la individualidad y también el respeto entre los integrantes. En una familia funcional los padres funcionan como un equipo hacia sus hijos. Así, esto promueve que los hijos se relacionen en términos de afecto y apoyo mutuo. En una familia funcional existe un nivel balanceado entre el proceso de dar y recibir. Es tan importante recibir del sistema familiar como cuidar de él. La lealtad hacia el sistema es primordial. En una familia sana cada miembro necesita de su propio espacio (físico y psicológico) y esta independencia nutre al sistema familiar. Cuando algún miembro familiar tiene un problema, se pide ayuda al sistema y la familia pide ayuda al exterior.

Así, un padre tóxico es el origen de una familia disfuncional en la cual las reglas se establecen a partir de caprichos irracionales de los padres; las reglas son rígidas y se evita la expresión de sentimientos por parte de los miembros. En una familia disfuncional no se permite la individualidad de la personalidad, las reglas rígidas no permiten la expresión afectiva y no se permite la expresión de las propias necesidades. En una familia disfuncional el conflicto se percibe como reto a la autoridad y como riesgo de desestabilización del sistema, por lo que se evita o se reprime.

Los conflictos se niegan y la paz se mantiene a expensas de la individualidad de cualquiera de sus miembros. Generalmente un esposo se somete al otro y se alimenta el miedo al abandono y la poca valía del individuo, y los hijos aprenden a ser tiranos con los derechos de sus padres, o bien, a someterse a los deseos de los demás.

En una familia disfuncional, hay incongruencia entre la comunicación verbal y la no verbal. Hay contradicciones constantes entre lo que se dice y el comportamiento de los miembros, particularmente por parte de los padres.

En una familia disfuncional, los padres no actúan como un equipo y generan alianzas entre sus hijos, utilizándolos para atacarse entre sí, por lo que promueven relaciones agresivas y de competencia entre los hermanos.

En una familia disfuncional se aprende a que no hay un balance en el proceso de dar y recibir dentro del sistema y, o bien los miembros aprenden a no sentirse merecedores de afecto y estabilidad por parte del medio, o bien, a ser egoístas y centrados en sí mismos. La lealtad al sistema deja de ser un valor.

En una familia disfuncional, por lo tanto, la dependencia se vuelve excesiva, la autonomía del niño como la del padre se limita altamente, la protección o la disciplina se tornan excesivas y los padres provocan (directa o indirectamente) una disfunción en el desarrollo del niño. En este tipo de familias, los hijos entran al juego de los conflictos parentales y cada padre “trata de jalar” al hijo a su lado, logrando que la alianza con alguno de sus hijos sea permanente, integrando una relación posesiva y de “pareja”, donde el hijo pierde la individualidad, generando grandes sentimientos de resentimiento al otro padre (además de culpa y miedo) y presentando altos niveles de dependencia y bajos niveles de autonomía.

En las familias disfuncionales los hijos se vuelven el blanco de la agresión de sus padres y no se permite el espacio físico ni psicológico individual de los miembros, ciclándose en círculos viciosos donde no hay ayuda del exterior. En una familia disfuncional, cuando se presenta un conflicto en alguno de los miembros, se esconde tanto dentro del sistema como fuera de él, y todos los miembros de la familia actúan como “si no pasara nada”.